Uno de los principales atractivos de lo naval para los que somos fervientes aficionados a este mundillo es la idea de tradición inherente a todo lo relacionado con este medio. El mundo de los barcos siempre está rodeado por ese respeto a lo que dictan las tradiciones; algo que no se hace tan patente si nos referimos a otros medios de transporte en parte porque si lo ponemos en perspectiva no hace tanto que el ser humano vuela o recorre grandes distancias por via terrestre, ya sea en tren o en coche, mientras que el desarrollo de la humanidad en gran medida ha ido ligado al transporte por vía marítima. Es por ello que en lo relativo a la mar hoy en día encontramos multitud de ejemplos en los que podemos observar esa querencia por conservar el espíritu del pasado y el respeto por las más arraigadas tradiciones marineras pese a que el imparable avance de la tecnología  trate de impedirlo.

Si nos referimos al caso concreto de la navegación de pasaje quizás el mejor ejemplo de ese arraigamiento en las tradiciones sea el de la naviera Cunard, uno de los grandes nombres en esto de la navegación comercial. Uno de los integrantes de su flota, el Queen Victoria, hizo escala por unas horas en nuestra ciudad el pasado domingo 18.

El lujoso buque de crucero llegó sobre las 07:00 horas a la dársena herculina procedente del puerto de Southampton cuando las primeras luces del día asomaban en el horizonte. Lentamente el navío británico realizó la maniobra de atraque tras realizar un giro de 180 grados a la altura del castillo de San Antón y dar atrás para amarrar en el muelle de transatlánticos sobre su costado de babor. Tras el tiempo preceptivo de espera para la colocación de la escala y la llegada de los buses, los casi 2.200 pasajeros que viajaban a bordo del Queen Victoria fueron desembarcando para llevar a cabo las excursiones contratadas o simplemente callejear por el centro de la urbe, que a esas horas aún permanecía dormida. Como es lógico la llegada de un buque de estas características en domingo resulta un mal negocio para la comunidad local, en unos tiempos en los que no está la cosa como para dejar pasar oportunidades de este tipo. Una vez más (y van ya muchas) los turistas se quedaron sin la posibilidad de poder gastarse el dinero.

(Foto: Carlos Rapela)

Citar el nombre de Cunard Line es hablar de una de las marcas más célebres (por no decir la que más) en la historia de la navegación transatlántica, con más de 170 años de historia desde su fundación en 1840 por parte de Samuel Cunard con el objetivo de cubrir la línea entre Liverpool y Halifax (Canada). Tratar de resumir más de siglo y medio de historia de esta mítica naviera desde sus inicios a mediados del siglo XIX hasta la actualidad resultaría un ejercicio abocado al fracaso por el tamaño de la empresa pero se pueden imaginar que muy poco tiene en común la actual Cunard con aquella pequeña compañía fundada por un visionario británico-canadiense. Hasta tal punto han cambiado las cosas que la que durante décadas presumía con orgullo de ser uno de los emblemas británicos por antonomasia, pertenece ahora a intereses norteamericanos: Cunard es propiedad desde el año 1998 del megaconsorcio crucerístico Carnival Corp.

Otros tiempos: El Queen Victoria, al igual que el resto de la flota Cunard, cambió su registro al de Bermudas en 2011. Por primera vez en 171 años de historia ningún buque de la legandaria naviera inglesa está abanderado en el Reino Unido.

Pero en un mundillo orgullososo de sus tradiciones y en una naviera que es historia viva de todo lo relacionado con el transporte por vía marítima hay algo que permanece invariable: los emblemáticos colores corporativos que convierten a cada una de las unidades de su flota en auténticos tótems flotantes. Un guiño al pasado. Un signo evocador de una gloriosa época no muy distante pero ya extinta. Resulta evidente a la vista de las fotos de esta entrada que nada tienen que ver las formas del Queen Victoria  con las de sus idolatrados predecesores; nombres como los Mauretania, Lusitania, Queen Mary o Queen Elizabeth 2 (con el que nuestro prota de hoy comparte eslora, 294 metros) que protagonizaron durante la primera mitad del siglo XX la época dorada de la navegación comercial transatlántica. La evolución, tan cruel a veces, dictaminó la extinción del buque transoceanico como especie, exterminada por una nueva «raza invasora»; el avión a reacción. Sin embargo resulta reconfortante que al menos una pequeña parte de aquello, quizás algo etéreo pero inconfundiblemente genuino haya llegado a nuestros días. Es algo que se puede ver (y sentir) al ver navegar a un navío de la flota Cunard.

(Foto: Carlos Rapela)

Tras pasar toda la mañana descansando en nuestra ciudad a primera hora de la tarde el Queen Victoria reemprendió la marcha para continuar su ruta hacia el Mediterráneo. Su siguiente parada en el recorrido fue en la colonia británica de Gibraltar, estos días tan en boca de los medios de comunicación. Para el navío de la naviera Cunard ésta fue la primera de las cinco escalas que el buque de bandera bermudeña tiene previsto realizar en A Coruña antes de finalizar el año. Su próxima recalada será, si las previsiones se cumplen, el 27 de noviembre. Será ese día cuando volvamos a ver la silueta de este aristocrático navío surcando de nuevo las aguas de nuestra ría.

Puede que sus formas sigan las tendencias actuales de la industria crucerística, esas que hacen que los buques de hoy en día sean denominados de forma peyorativa como cajones flotantes, pero basta el nombre de Cunard en los costados y los colores rojo y negro en la chimenea para transformar algo banal en un objeto icónico o al menos en un recuerdo de lo que en algún tiempo lo fue pero que desgraciadamente no volverá. Es la fuerza y el encanto de las tradiciones y que afortunadamente en algunos casos todavía perviven. Ojalá sigan haciéndolo durante mucho tiempo.


Detalle de la chimenea del Queen Victoria con sus icónicos colores.

Agradecimientos a Carlos Rapela por las fotos prestadas.